La educación de tus hijos los hace felices 

Desde que los niños son pequeños, nuestra función como padres es la de orientarlos, protegerlos y ayudarlos en todas las oportunidades en que lo requieran. Pero todo esto se maneja con una sola finalidad, y es que se conviertan en adultos autónomos, libres y capaces. Donde la atención es tan importante, como el espacio que se genere para ello y dependerá del momento que esté viviendo cada niño. 

La labor de ser padres, no viene de nacimiento con nosotros, ello viene determinado por la práctica compleja e intensa de ambos, tanto hijos como padres, ya que se trata de un proceso bidireccional y en conjunto donde ambos crecen de manera simultánea, aunque a la final no son nuestros. 

En medio de todos estos aprendizajes, es posible que evitemos que vivan ciertas circunstancias, con lo que sólo logramos retrasar el proceso de aprendizaje, dándole largas al error sin darnos cuenta que podría cometerlo de adulto y para entonces desconocer la respuesta, porque se evitó la evolución de la consciencia. 

Los padres debemos darles la oportunidad a los hijos de que vivan situaciones en las que descubran cómo defenderse por ejemplo de desengaños, decepciones, conflictos amorosos, o simplemente repetir un curso. sin que todo ello deba suponer un verdadero drama, sino que deben ser afrontadas como oportunidades para crecer, y que los padres no tenemos el derecho de arrebatarlas.

Cuando un padre se muestra sobreprotector con su hijo, sólo está mostrando la inseguridad que vivió de pequeño, por lo cual proyectan su indefensión en sus hijos, invirtiendo lo vivido. La sobreprotección es el camino directo a la inseguridad que de pequeños vivieron los papas.

Para diversos estudiosos del tema, el hecho de educar las emociones, conduce a educar la razón, pero que ello debe ser realizado de manera simultánea, debido a que son una suerte de complemento que no se pueden deslindar debido a que resulta decisivo en la futura vida personal y profesional. A través de la inteligencia emocional se clarifica la comprensión del niño, disminuyen los estados de ansiedad, y el rendimiento escolar se facilita. 

Pero colocando de un lado todo lo anterior, existen momentos en los que nos cuestionamos diversas cosas como: por qué no me siento pleno con lo que tengo, con todo lo que tengo aun no me siento en paz o estoy de igual manera depresivo, ansioso o con un estado de envidia constante por otros. Lo que nos trae a colación que quizás no es por casualidad que los países más ricos son los que mayor número de suicidios tienen. 

Toca iniciar nuestro interrogatorio interno preguntándonos si realmente somos felices con lo que tenemos, la educación que le aporto a mi hijo lo encamina a ser distinto, mejor o peor a mi. Debemos tomar consciencia que educar la emociones no se trata de un lujo, pues de ello depende la convivencia y la felicidad. Las emociones no dependen de la escuela ni de la sociedad, pues esta debe tener su origen en nuestras familias, en nuestros hogares. 

La mayor riqueza que podemos heredarles es su amor propio y el respeto para con ellos mismos y los demás ya que la clave de la felicidad se encuentra en ese experimentar éxitos, fracasos, y la forma de gestionarlos para poder lidiar con las adversidades de la forma más equilibrada, y de esta manera poder ser lo que deseen.

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