La razón de necesitar herramientas radica en que la Bioneuroemoción no concibe el bienestar como objetivo único sino el Bienser, y para conseguirlo necesitamos herramientas de gestión emocional.
Para introducirnos en el concepto del bienser, haremos una revisión de la etimología de la palabra. En la lengua inglesa, por ejemplo, el verbo «to be» hace referencia tanto a ser como a estar. Sin embargo, en Español, igual que en otras lenguas, se hace una diferenciación entre la esencia —el ser— y el estado —cómo se está manifestando ese ser—. Este matiz es de enorme importancia ya que, cada vez que nos identificamos con el estado que expresamos, estamos limitando todo nuestro ser y reduciéndolo a una creencia de identidad. Igualmente, y continuando con la comparación, la palabra inglesa «wellbeing» podría traducirse como «bienestar» o «bienser». En nuestro caso, en Bioneuroemoción contemplamos el «bienser» como objetivo principal, en lugar del bienestar. Entendemos que desde un estado de centramiento y coherencia podemos alcanzar muchos momentos de bienestar, aunque el camino hacia ese «bienser» no tiene por qué experimentarse necesaria y continuamente como un estado continuo de bienestar.
El «ego» se refiere a todos aquellos aspectos que creemos que somos, es decir, aquellos estados que expresa el ser con los que nos identificamos. Cuanto mayor sea la identificación del ego con aquello que se cree ser, mayor será nuestro posicionamiento y nuestra rigidez y, por lo tanto, más protagonismo abarcará todo aquello que no nos atrevemos a aceptar como nuestro —nuestra sombra—. Esta rigidez nos llevará a tener una actitud más reactiva y reacia frente a todo aquello que observemos en nuestro entorno que no concuerda con nuestro punto de vista.
Ser capaz de contemplar las cosas desde diferentes perspectivas y potenciar nuestra flexibilidad mental nos permitirá gozar de un estado emocional más equilibrado y favorable para nuestra salud. Como dijo el filósofo Alan Watts, “cuando más tiende una cosa a ser permanente, más tiende a carecer de vida” (Watts, A. 1994, p.18).